Una reflexión a propósito de la posmodernidad: las paradojas
Zulema Acosta
Una paradoja encierra una contradicción: se dice una cosa y se hace otra. En numerosas ocasiones hemos sido testigos de paradojas en nuestro círculo más cercano; a nivel nacional e incluso global. Algunas paradojas las hemos normalizado (para nuestra desgracia); otras encienden las redes sociales por algunas horas y después desaparecen en el vasto mar de memes, noticias falsas o las n curiosidades que no sabíamos sobre algún tema.
El mundo que habitamos y en el que cada día surgen más contenidos, ―tanto de medios tradicionales como digitales y de los que quizá nunca lograremos ver siquiera una minúscula parte―, “parece más un artefacto proyectado para olvidar que un lugar para el aprendizaje” (Bauman, 2007, p. 33). He aquí una primera paradoja: vivimos en una era en la que, prácticamente tenemos al alcance de nuestra mano (o del teléfono “inteligente”) datos e información que ya hubieran querido tener las grandes mentes de siglos anteriores para construir y ampliar sus conocimientos; sin embargo, estamos tan saturados que vemos pero no miramos, y aprender requiere abrir las miradas. Ver implica posar nuestros ojos sobre algo; mirar requiere poner atención a los detalles y hacer uso de otros sentidos y hasta del corazón para ir más allá de lo evidente: lo esencial es invisible a los ojos, dice el Zorro en El Principito de Saint-Exupéry. Si el olvido es más rentable que la memoria, quizá por ello, la manera de medir la cantidad de personas a las que llega determinado contenido en las redes sociales, es por “vistas”, ―las cuales son consideradas a partir de los tres segundos―, y no por “miradas”.
Otra paradoja, relacionada con las redes sociales es la aparente personalización, concepto que Lipovetsky desarrolla en su texto La era del vacío del año 1986 y retoma también en Los tiempos hipermodernos del año 2006. Esa supuesta libertad conquistada a partir de elegir ―qué quiero que lo demás conozcan de mi vida o de qué manera puedo demostrar que soy más feliz o que poseo más privilegios que mis contactos―; contradictoriamente, está siendo dictada por un algoritmo que sugiere (impone) qué es lo que me hace ser “único y detergente (sic)” a partir de escuchar cierta música, relacionarme con personas con gustos similares a los míos, usar cierta ropa y consumir ciertas marcas, o sea estar a la moda. Y hay modas para todos los gustos y presupuestos.
Una expresión dominguera, hija de la posmodernidad y la personalización es: “El pobre es pobre porque quiere [...] el cambio está en uno mismo, así que quiérete rey (sic)”. Y como el cambio depende únicamente del individuo, este luchará para lograr ser único: haciendo uso de su autonomía buscará darse cariño por medio de los objetos de deseo de la buena vida que conseguirá endeudándose hasta el cuello ―y con suerte no heredará sus deudas a sus descendientes― y después se dará cuenta que aunque quiera, no podrá debido a que forma parte de un sistema que lo avasalla y sentirá que todo lo que ha hecho no es suficiente, que algo le falta, que hay un vacío… ¡Bendita paradoja!
Referencias
Bauman, Z. (2007). Los retos de la educación en la modernidad líquida. Gedisa.
Lipovetsky, G. (1986). La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Anagrama.
Lipovetsky, G. (2006). Los tiempos hipermodernos. Anagrama.