Consideraciones de la transición de la cultura de la modernidad
a la cultura de la posmodernidad
Horacio Guarneros
Contexto
La modernidad ha transitado hacia la posmodernidad en el tercer tercio del siglo XX, después de 500 años de dominar la cultura en occidente. La modernidad se apoyaba en el hombre, quien con base en la razón y con la herramienta de la palabra, dirigía a la sociedad con base en el convencimiento sobre una cultura sustentada en valores asignados que orientaron una moral universal y una visión positiva de la continuidad y que por racional persigue la verdad.
La modernidad está marcada por la normatividad de una sociedad disciplinaria que limita los espacios de libertad y promueve la seguridad, a partir de la idea del deber a la obediencia normativa. Muestra de esto es la función central del “Estado Moderno” y de sus ciudadanos orientados en un comportamiento laboral.
Esto se traduce una forma de vida que cree en el progreso y mira al futuro, para construir un ideal de un hombre trascendente, como modelo de individuo con el uso de la razón, en un plan de búsqueda de la verdad y valores morales claros y estables.
Transición
A partir de los años 70,S y 80´S del siglo XX, la modernidad se diluye dando paso a una nueva condición cultural, la condición posmoderna.
¿Cómo empieza este proceso de transición?
Para la posmodernidad no es el hombre el centro de la vida, sino la persona. El hombre de la modernidad era un “hombre universal”, mientras que las “personas posmodernas” se presentan como hombres y mujeres con rostro identificados, se trata de uno mismo. Nada hay más importante que “yo”, el otro pierde importancia para la posmodernidad, “el foco de la vida está en mí”, “la prioridad soy yo”.
Actualmente vivimos bajo la idea del personalismo que no es más que una forma potencializada del individualismo distintivo de la modernidad, en la posmodernidad el otro desaparecerá.
La razón deja de ser el factor humano más significativo y su lugar lo ocupa el deseo. El deseo es la fuerza que conducirá nuestras conductas y decisiones, en una búsqueda de satisfacción inmediata, en pos del objetivo central de la vida en la posmodernidad, el objetivo de alcanzar el placer.
Mientras en la modernidad se atribuyó la culpa y se bloqueó el deseo privilegiando la razón, la vida posmoderna se convierte en una sucesión infinita de deseos y satisfacciones, que se van enlazando sin cesar.
Con esta cadena de deseos la vida se va acelerando, los tiempos de espera se eliminan y la búsqueda del placer se vuelve una cuestión urgente, que se resolverá mediante un procedimiento, ese procedimiento que resuelve la urgencia se llama “consumo”. Un consumo en grado “híper”.
La atemporalidad
En este contexto el futuro ya no es el tiempo de la nueva cultura posmoderna, sino que el tiempo de hoy es el presente. Se vive cada instante como si fuera el último, lo instantáneo se convierte en un valor, lo único permanente es el hoy, y nuestra vida se convierte en una sucesión infinita de presente tras presente. Contrario a quienes sostienen que la historia y el devenir con explicación de procesos históricos para aspirar a un devenir promisorio, el pasado se olvida y el futuro desaparece de nuestro horizonte deseable. Sólo adquiere sentido lo que nos pasa ahora.
Con ello la idea central de la modernidad de progreso pierde todo sentido, lo que importa es el ahora, el futuro no existe ya, por su condición de lejanía y el pasado carece de importancia porque ya ha sucedido, sólo vale el ahora.
La temporalidad se esfuma, se pulveriza, no hay ya ni antes, ni después, no hay causa, ni consecuencia de las cosas, no hay inicio, ni hay final, nada parece comenzar, ni terminar, la posmodernidad es un tiempo sin narración, no hay linealidad, por lo tanto, no hay meta, ni objetivo, el mañana no es un tiempo de esperanza, porque la espera ya no es un valor, el mañana no es ya aquella meta anhelada.
Ese modelo de hombre inspirador que era todo potencia, se traduce en un hombre dionisíaco que es todo acto, persiguiendo el placer, resultando sólo hombres y mujeres hedonistas, mirándose en las pantallas de su “espejo negro”, buscando la aceptación que nos devuelva siempre la aprobación, convirtiendo al “me gusta” en un objetivo de nuestra conducta.
Abandonamos todo aquello que no sea placentero y el bienestar, se traduce como una forma efectiva de felicidad, una felicidad instantánea.La palabra como arma comunicativa central en la modernidad, cede el paso a la imagen. La imagen vuelve al protagonismo en la posmodernidad, es un retorno célebre de la iconografía, vigente desde los siglos V al XV de nuestra era.
Todo lo anterior, lo podemos apreciar en la siguiente tabla:
En resumen, comienza a cerrarse aquel ciclo moderno (siglos XVI al XXI), en donde la palabra, esencialmente la palabra escrita, dominó toda la expresión cultural durante este periodo, antes de la llegada de la cultura moderna era el centro, era la imagen y ahora ya terminada esta etapa, de nuevo la imagen es protagonista de nuestra mirada a partir de las nuevas tecnologías de la multimedialidad, el dominio de la pantalla, una pantalla total que difunde emocionalidad, dejando a un costado la reflexión intelectual. Estos son tiempos de espectáculo, de mirada sensible, de impacto, del placer de la mirada pronta, que expectante, recibe, digiere y olvida de manera casi instantánea, para disponerse al siguiente disfrute mediático del presente eterno.